Entrevista con Zahara

Nueve meses después de su debut español, los argentinos confirmaron su conexión con el público local

 

La noche del viernes 25 de octubre, mientras Madrid se teñía con los últimos rayos del otoño, la Sala Mon se preparaba para recibir a Silvestre y La Naranja.

Los argentinos ya cautivaron al público español en su primera visita al país en enero por Madrid y Barcelona, regresaban a la capital como parte de una gira que los ha llevado también por Barcelona y Valencia, confirmando que la conexión entre ambos lados del Atlántico es cada vez más fuerte.

La expectación era máxima, y así lo demostraba el cartel de Sold Out que se colgaba unas pocas horas antes de abrir las puertas. No es para menos: el boca a boca tras sus conciertos de enero había funcionado, y la banda argentina llegaba con el aval de quien ya ha demostrado su valía en directo en nuestro país.

La noche comenzó como un abrazo transatlántico que pronto se convertiría en una celebración sin fronteras. Las luces, aunque escasas sobre el escenario, quizás el único -pero significativo- desacierto en la producción visual, comenzaron a dibujar siluetas entre la penumbra.

Lo que faltaba en iluminación se compensaba con un despliegue de visuales minimalistas pero hipnóticos: proyecciones de colores puros que danzaban al ritmo exacto de cada canción, como si alguien hubiera conseguido traducir el pulso de Buenos Aires en espectros luminosos.

La banda porteña apareció entre vítores y, desde el primer momento, estableció un pacto no escrito con el público madrileño: esto iba a ser un viaje sin escalas desde el Río de la Plata hasta el Manzanares.

Las canciones se encadenaban unas con otras en un flujo constante que, si bien por momentos podía resultar monótono, creaba una especie de trance colectivo del que nadie quería despertar.

La sección de vientos, verdadera columna vertebral del sonido de la banda, emergía entre la masa sonora como un faro en la noche, aportando esa personalidad única que mezcla la tradición musical argentina con sonidos contemporáneos.

Un momento de la actuación

‘Nunca te calmes’ fue el momento en que el público tomó el control. Cientos de voces, con acentos de ambos lados del charco, se alzaron al unísono, creando ese momento mágico en que una canción deja de pertenecer a sus creadores para convertirse en un himno colectivo.

El sonido, hay que decirlo, no estaba a la altura de lo que la banda merecía, las limitaciones acústicas de un espacio pensado para otros menesteres se hacían evidentes en la mezcla, donde la voz luchaba por hacerse entender entre la instrumentación.

Pero fue en la segunda parte del concierto cuando la magia alcanzó su punto álgido. Como si hubieran estado calentando motores hasta entonces, los argentinos encontraron su velocidad de crucero y comenzaron a desplegar todo su arsenal. La parte instrumental, que ya venía siendo notable, se convirtió en algo extraordinario. Cada músico parecía estar en estado de gracia, tejiendo entre todos una red sonora que atrapaba al público en su mejor versión.

Un momento especialmente emotivo fue el estreno en directo de ‘Escudo’, con la colaboración del artista mallorquín Xavibo, en un ejercicio de fusión cultural que demuestra que la música no entiende de fronteras. El tema, presentado por primera vez ante el público, fue recibido como si fuera un clásico de toda la vida.

Pero fue en el tramo final donde la noche alcanzó su clímax. El final de ‘Canción para que vuelvas’ arrancó una ovación que hizo temblar los cimientos de la sala, un momento de unión total entre banda y público. Y cuando parecía que no podía ir a más, llegó ‘Tu Veneno’ para cerrar la noche con un final apoteósico que quedará grabado en la memoria de todos los presentes.

La sala, convertida en una pequeña Buenos Aires en el corazón de Madrid, vibraba con cada nota. Los visuales, que habían estado jugando toda la noche con colores primarios en perfecta sincronía con la música, alcanzaron su máxima expresión, creando un ambiente inmersivo que envolvía a todos los presentes en una experiencia casi psicodélica.

A pesar de las limitaciones técnicas inherentes a una sala no diseñada específicamente para conciertos en directo, Silvestre y La Naranja demostraron por qué son una de las bandas más prometedoras de la escena argentina actual.

Su regreso a España apenas nueve meses después de su primera visita, y con todas las entradas agotadas, confirma que han sabido construir una base sólida de seguidores en nuestro país.

La noche del 25 de octubre no fue solo un concierto más. Fue la confirmación de que cuando la música es verdadera, cuando viene del corazón y se entrega sin reservas, las limitaciones técnicas se convierten en meras anécdotas y las distancias geográficas desaparecen. Silvestre y La Naranja no solo llenaron la Sala Mon; tendieron un puente musical entre Buenos Aires y Madrid que promete mantenerse firme durante mucho tiempo.

Esta segunda visita a España, con paradas en Barcelona, Valencia y Madrid, demuestra que la banda está lista para conquistar nuevos territorios. Y nosotros, los privilegiados testigos de esta noche mágica, podremos decir que estuvimos allí, en uno de esos conciertos que marcan un antes y un después. Porque hay noches que trascienden lo musical para convertirse en experiencias vitales, y esta, sin duda, fue una de ellas.

Lucía Poveda

Lucía Poveda

Redacción y Fotografía

El Perfil de la Tostada