Difícil tarea la de resumir el BBK 2016. Mucha electrónica y menos rock que en otras ediciones, con algún que otro aderezo como el folk o el brit pop

El cartel del BBK de 2016 fue lo suficientemente atractivo como para juntar a 102.865 personas a lo largo de sus tres jornadas de duración. Lo que queda patente es que no todos acudieron por las mismas razones, y aquí se juntarían festivaleros de diferente pelaje: despedidas de solteros, grupos de amigos armados de botellón, fans acérrimos de algún cabeza de cartel e incluso asiduos del festival, aquellos que acuden a la llamada del Kobetamendi como una peregrinación casi obligada y, por qué no decirlo, una buena horda de despistados, amigos de amigos que llegan sin conocer canción alguna ni mucho menos el porqué de la fama de un grupo cualquiera, pero cualquier excusa es buena para sociabilizar y escuchar música cerveza en mano nunca ha parecido mal plan.
Entre todos ellos, siempre habrá gente que se deje sorprender por alguna de las joyas que todo festival que se precie ha de esconder; grupos con suficiente solera como para justificar un viaje a Bilbao o artistas menos estelares pero cuyo descubrimiento es digno de sufrir colas, subir cuestas e incluso recibir algún que otro empujón para asegurarse un sitio. Hablamos de todos aquellos grupos que se distribuyen en escenarios menores o a horas más intempestivas. Ocurrió con Courtney Barnett, una suerte de nueva Patti Smith (la comparación es inevitable) que dio una lección de rock al respetable digna de destacar. Sin estridencias, sin postureos, despeinándose a cada tema, sólo rock. Y nos dejó agradecidos a todos aquellos que en esta edición del BBK quedamos un poco saturados de electrónica, que había para regalar.
Ese mismo día, un experto de la teatralización como es Father John Misty hizo de las suyas y se marcó un concierto para no aburrirse. Como un auténtico reverendo, el batería de Fleet Foxes no es ajeno al espectáculo y lo monta bien: se mesa el cabello, mira fijamente a cámara, se tira al suelo, casi se descalabra bajando del escenario y se deja tocar por sus fans. Todo ello sin detrimento alguno de su música, deliciosa para los oídos. Lo dicho: gran espectáculo que él mismo reconoció: «Creo que lo tenemos». Y siguió como si nada, repartiendo música dramático y místico, sensual y divertido como sólo puede hacerlo un personaje o un alter ego con mucha cara.
Ocean Colour Scene fueron el momento brit pop del festival, un estilo que los más jóvenes no terminaron de encajar. Normal, porque la fiebre de los 90 no les atrapó ni por asomo y un disco como ‘Moseley Shoals’ hay que haberlo vivido. No obstante, el concierto fue bello, plagado de baladas que lo hizo difícil de digerir para los que venían con los pies cargados de ritmo, pero para aquellos con el oído preparado no pudo defraudar. Simon Fowler, cerveza en mano durante el recital, se mostró disperso y perdió los papeles (literalmente, con las hojas por el suelo) a final de concierto, pero sonaron bien sobre el escenario Heineken y regaron un buen puñado de melancolía entre los asistentes más maduros, que no fueron pocos.
José González fue otro grato reencuentro; si en el Atlantic Fest apareció él solo guitarra en mano, en el BBK lo hizo acompañado y no lo pudimos agradecer más. Una tarde soleada acompañó al cantautor sueco y fue una delicia para los sentidos, seguramente no el más coreado, pero no cabe duda de que el formato le benefició y el horario también. La noche quedaba reservada a platos más fuertes.

#BBKLive2016: Bailar, bailar y bailar

¿No hemos venido a bailar? Los organizadores del BBK de este año parecían tenerlo claro y dispensaron una abundante ración de grupos para no perder el ritmo ni un minuto: Chvrches, M83 con sus 20 minutos de retraso (afortunadamente, los únicos), Hot Chip, Tame Impala, Underworld o New Order. El grupo británico de los 80 fue otro gran momento de nostalgia de esta edición, donde diferentes generaciones limaron asperezas y no dudaron en corear sus temas más reconocibles, sin faltar su reconversión por unos instantes a la esencia de Joy Division con ‘Love will tear us apart’, cantada a pleno pulmón por las miles de personas que abarrotaron el concierto.
Grimes, por su parte, ofrecieron un espectáculo arrollador con una coreografía no apta para cardíacos y pese a que sufrieron un prolongado apagón que pilló por sorpresa a todos, dieron lo que se esperaba de un concierto de esta índole: música desenfadada para pasarlo bien y mucha energía para lo que quedaba de día.
Seguimos bailando, ¿no? No podemos dejar de mencionar a Tame Impala cuyo último disco, ‘Currents’, es un ejercicio continuo de ritmos, de esos discos para escuchar de principio a final sin cortes. Y la magia ocurrió en Bilbao: el Kobetamendi se convirtió en una pista de baile y es que al grupo la electrónica le sienta como un guante, aunque la oscuridad intrínseca de ‘Elephant’ siga siendo un himno y tampoco vayamos a renunciar a la vertiente más rock del grupo.
Si Arcade Fire hubiera sonado a un volumen normal podríamos estar hablando del olimpo del baile, pero no ocurrió tal y el concierto adoleció de cierta distancia para quienes no asistimos a primeras filas, con esfuerzos reales para envolverse en el directo de uno de los grupos más esperados. Por el contrario, Pixies sí que vinieron con las pilas puestas y con un repertorio musicalmente tan variopinto como sorprendente por sus matices. La banda de Boston jugó con los contrastes y no mostró recato alguno en mostrarse con toda la garra de su noise rock cuando hizo falta o dulcemente armónica cuando correspondió. De envejecidos, nada.
No faltaba gente tampoco en otros conciertos del festival como ocurrió con WAS pero también con Slaves o Wolf Alice. Sin duda, el público que se acercó hasta estos escenarios sabía a lo que venía y fueron de lo más entregado y también atento, algo que no siempre ocurrió en los escenarios principales.
Mención aparte merece el mejor ejercicio de marketing del festival como fue el Basoa, una forma inteligente de vender un espacio rendido a la electrónica más «dura» en un espacio más o menos natural que hizo las delicias de los más trasnochadores. Un punto para los organizadores, aunque la música a cargo de Danni Less DJ o Bilbadino en la Carpa Stage nada tuvo que envidiar y consiguieron hacer mover el esqueleto a los asistentes del BBK de este año hasta que el cuerpo aguantara.